Crónica de la reunión del Club de
lectura 15 de febrero de 2016
Luis Mateo
Díez nació en Villablino (León) en 1942, es académico desde el 2000 con el
sillón “I” y ha recibido innumerables distinciones en su trayectoria literaria.
Destacamos, por nombrar alguna muestra, el Premio de la Crítica de Castilla y
León en 2009 o el Premio Francisco Umbral
al mejor libro del año 2012.
El relato sobre
el que opinaremos hoy es calificado por algunos estudiosos, como novela
policíaca. Nosotros, los lectores del club, no hemos llegado a esta conclusión.
Creemos que el autor aprovecha un
entramado policíaco, una historia verdaderamente pasional y misteriosa manteniendo
el suspense durante toda la obra, como hilo conductor para dar paso a la
reflexión sobre temas actuales desarrollados con un estilo de una elocuencia
extraordinaria: la enfermedad del cáncer, la religión, la prostitución, la
familia, la infancia o el acontecer de la vida posterior a la jubilación. A
ello, se unen otros pensamientos filosóficos repletos de carga emocional, que
nos trasladan al sentimiento trágico de la vida unamuniano (la vida es tragedia
y es contradicción), o a la angustia kierkegaardiana de la existencia, con la
nada que nos precede y nos sucede de la que hablaba Sartre.
Los
acontecimientos transcurren entre dos lugares imaginarios, pero universales,
Armenta (donde trabaja el protagonista: el comisario Samuel Mol) y Celama
(donde nace) e irán surgiendo tras un reencuentro fortuito con Elicio Cedal,
trayendo a la memoria de aquél un crimen sin resolver. Este será el punto de
partida a partir del cual ese comisario jubilado, viudo, solitario y obsesivo
se recreará en expiar sus culpas, atormentado por sus propios fantasmas. Es un
ser sin apegos paternales, con poco afecto hacia las mujeres (el autorno parece
desarrollar demasiado los personajes femeninos), y por ello está cargado de una
omnímoda soledad que le rodea por todas partes.
La
enriquecedora narrativa repleta de símiles
(la hendidura que tenemos en nuestro devenir -capítulo X – o el túnel -capítulo XVII- que no somos capaces de
cruzar), la descripción tan definida de personajes, lugares y ambientes
sintiéndonos oler su realidad, la inversión de la secuencia cronológica
vinculando tiempos pasados y presentes, la matización de las palabras, el juego
sonoro de los nombres propios, los textos a modo de sentencias y la percepción
de lo trágico de la vida llevada hacia el nihilismo, hacen de este libro una
lectura fascinante que invita a la reflexión del lector en su replanteamiento
del futuro como destino.
Tanto el
argumento como el ideario del autor en “El animal piadoso” quedarían resumidos
en este párrafo, extraído de la página 57-8:“No es fácil acomodarse al propio
peso de la vida que llevamos, ni al del cuerpo ni al del espíritu. Y siempre
estaremos en el trance de arrepentirnos de algo, por grave o leve que sea”.
Lectura
imprescindible, sin duda.
Araceli de la Torre