lunes, 16 de noviembre de 2015

Benjamin Black: "La rubia de ojos negros"

Con los primeros capítulos de esta novela me vino a la cabeza aquella ocurrencia de un personaje de Carlos Rojas: "Usted no puede ser mi marido; se le parece demasiado". Porque Benjamin Black ha conseguido una tan fiel imitación de las novelas de Raymond Chandler que solo cabe levantarse y aplaudir. Hasta tal punto que a ratos uno dice: ni siquiera Chandler puede ser tan fiel a sí mismo, son demasiados rasgos de estilo acumulados uno tras otro. El modo de dirigir la trama, su aparente complejidad, los diálogos, los símiles, los tipos (mujer fatal, empresario criminal, pariente frívolo, poli gruñón, esbirros tan crueles como idiotas, beldad inteligente en papel secundario), las situaciones, todo revela una lectura atenta y devota de las aventuras de Marlowe hecha por un escritor de talento.

Pero ese escritor tenía que dejar su sello. Puede ser intencionado o no, pero lo cierto es que lo único que no es Marlowe aquí es el propio Marlowe. Tiene su desencanto, su sarcasmo, su humor amargo y ese quijotismo que le lleva a no abandonar la partida aunque la paga no compense el riesgo. Pero nos cuenta demasiado de sí mismo. Al original lo veíamos sólo a través de sus réplicas cortantes y sus calificativos, y consideraba que nos importaban un bledo su pasado y sus sentimientos. Este se desliza con facilidad al autoanálisis, es un tipo inseguro y flojea con las mujeres. Está en manos de un literato que lo aproxima, sabiéndolo o no, al famoso héroe problemático de la novela contemporánea. Incluso cita a un poeta. Y todo eso me hace gritar: "¡tongo, tongo!", porque prefiero a mi héroe sin fisuras, pero no me impide continuar hasta el final con la fábula y disfrutar como un tonto.

Jesús LCL

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martes, 10 de noviembre de 2015

Más sobre Leticia Valle

En Las mil y una noches hay un cuento sobre dos graciosos, los de mayor reputación del país, que un día quisieron conocerse para ver quién se llevaba la palma. La prueba fue: ¿qué harías tú para burlarte con esa fila de ciudadanos que están ahí acuclillados en las letrinas? El primero propone: yo pasaría por detrás simulando barrer y les pincharía el trasero con la escoba. Por Alá que tienes poca imaginación, replica el segundo. Mira lo que hago yo. Y, recogiendo unas flores, les entrega ceremoniosamente una a cada uno de los acuclillados, que reaccionan airadamente: ¿Por ventura piensas que estamos aquí celebrando una fiesta? La escena hace desternillarse a los presentes y el primero de los zumbones no puede sino otorgarle la primacía al otro.


Si en lugar de burlas hablamos de historias perversas, Stieg Larsson vendría a ser el tipo de la escoba, y no tendría más remedio que darle la palma a Rosa Chacel. El relato de Leticia Valle es como uno de esos letreros en que sólo se trazan los perfiles, y encima en letra gótica. En él todo queda a nuestra capacidad de lectura entre líneas. Parapetada tras sus once años, Leticia puede permitirse fingir, incluso ante sí misma, que lo ignora todo sobre el lado oscuro de la dimensión afectivo-sexual (como dicen los pedagogos) del ser humano, a la vez que la utiliza de modo casi diabólico. Su superdotación intelectual es su sex-appeal de cara a su víctima y su excusa de cara al lector, pues, si es tan inteligente, piensa uno, es raro que no sea capaz de hacer explícitos sus sentimientos. Y, de hecho, el lector puede pensar que es él el perverso hasta las últimas secuencias, que, sin ser tampoco explícitas, constituyen el factor que faltaba para sacar la suma, el perfil que da la clave del letrero.

Jesús LCL


jueves, 5 de noviembre de 2015

Rosa Chacel: "Memorias de Leticia Valle"

Mi primera experiencia con Rosa Chacel fue deslumbrante. Había novelista en Valladolid, y la había antes y quizá mejor que Miguel Delibes. En todo caso, estaba en otra línea, una línea que entonces yo no sabía que emparentaba con Virginia Woolf y quizá con Proust, pero ahora que lo sé tampoco me importa admitir que me gusta mucho más Rosa Chacel que ese par de pelmazos.

El texto tiene forma de diario más que de memorias, puesto que Leticia Valle es siempre la niña que va a cumplir doce años. ¿Niña? Se hace raro aplicar ese nombre a esta criatura de rara inteligencia, que sin embargo tiene la crueldad inconsciente de los niños. Un personaje inverosímil, quizá, en cierto modo monstruoso si bien lo miramos. Pero subyugante si tenemos en cuenta que nadie parece advertir hasta dónde llega su penetración, a pesar de la naturalidad con que hilvana conversaciones de rara madurez. Porque podría pensarse que las memorias, o el diario, no son más que la traducción literaria, por parte del dios autor, de los pensamientos informes de su criatura. Pero es que sus diálogos están al mismo nivel. Y, sin embargo, no se siente a disgusto en su papel de niña de doce años, que recita a Zorrilla en las fiestas familiares. Nada más lejos de un enfant terrible... al menos en apariencia.

Porque hay alguien que sí se da cuenta, hasta el punto de caer fascinado y morir víctima de esa fascinación. Se ha hablado de Lolita. No sé, pues no tengo el gusto de haber leído lo deNabokov. Si juzgo por su famoso arranque, formalmente son muy diversas. Pero este caso trasciende todo lo erótico, me parece. Y, en todo caso, constituye toda una sorpresa, una segunda sorpresa, añadida a la que de por sí produce le personaje.


Jesús LCL

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